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“¿Pueden pensar las máquinas?” Con esa idea abrió el camino a lo que hoy conocemos como inteligencia artificial. El boxeo de alto rendimiento, no quedó al margen de este avance.
ANALISIS23 de septiembre de 2025
Ludo Sáenz Lorenzo-Luaces


En 1950, el matemático británico Alan Turing lanzó una pregunta que cambió para siempre la ciencia y la tecnología. “¿Pueden pensar las máquinas?” Con esa idea abrió el camino a lo que hoy conocemos como inteligencia artificial. Para explicarlo propuso el famoso juego de imitación, que más tarde fue bautizado como Test de Turing. La propuesta era simple pero profunda. Si una máquina lograba conversar con un ser humano de tal manera que este no pudiera diferenciarla de otra persona, entonces se podía decir que la máquina pensaba.
Aunque esa reflexión nació en un contexto académico y científico, con los años sus implicaciones alcanzaron todos los ámbitos de la vida moderna. El deporte, y en especial el boxeo de alto rendimiento, no quedó al margen de este avance. Hoy, muchas de las visiones de Turing parecen materializarse en los gimnasios más prestigiosos del planeta.
El Test de Turing ponía a prueba la capacidad de las máquinas para responder con rapidez, coherencia y creatividad. Un boxeador enfrenta un reto similar cada vez que sube al ring. Necesita reaccionar de inmediato, adaptarse a la estrategia del rival y ocultar sus intenciones para no ser descubierto.
La diferencia es que ahora los púgiles cuentan con un aliado que en tiempos de Turing era impensable. La inteligencia artificial. Con programas que analizan miles de horas de video, detectan patrones de ataque y hasta diseñan planes de preparación personalizados, la tecnología se ha convertido en un sparring invisible. Lo que antes dependía exclusivamente de la observación del entrenador y su equipo, hoy se potencia con sistemas que aprenden y corrigen como lo imaginó Turing.
Turing recibió críticas fuertes en su época. Algunos aseguraban que solo los humanos podían pensar. Otros decían que las máquinas carecían de conciencia y nunca tendrían emociones. También estaban los que insistían en que siempre existirían limitaciones imposibles de superar para los computadores.
Si trasladamos esas objeciones al boxeo, los puristas podrían decir que una máquina jamás sentirá la presión de una noche de campeonato mundial ni la adrenalina de un nocaut. Eso es cierto. La tecnología no reemplaza la experiencia humana ni la pasión del combate. Sin embargo, como señalaba Turing, lo importante no es que las máquinas tengan sentimientos, sino que ayuden a ampliar nuestras capacidades. En el boxeo moderno, esa ayuda significa entrenar con datos más precisos, mejorar la reacción y anticiparse a lo que vendrá sobre el cuadrilátero.
Hoy los boxeadores de élite trabajan con sistemas de inteligencia artificial que recrean escenarios de combate. Estos programas pueden mostrar que un rival baja la guardia izquierda después del tercer asalto o que lanza menos jabs cuando se siente presionado en corta distancia. Con esa información, el púgil y su equipo ajustan el plan de pelea.
La lógica recuerda mucho al planteamiento de Turing. La máquina imita la inteligencia humana, no para engañar a un interrogador, sino para convertirse en un entrenador silencioso que ayuda a anticiparse al rival.
Queda la duda de hasta dónde llegará esta relación. Si el Test de Turing buscaba que un humano no pudiera distinguir entre la máquina y otra persona en una conversación, ¿podría suceder algo parecido en un gimnasio? ¿Llegará el día en que un boxeador no pueda diferenciar si su sparring virtual lo guía con la precisión de un entrenador de carne y hueso?
Hoy la tecnología ya permite experiencias muy cercanas. La realidad virtual, los sensores biométricos y los programas de predicción avanzada hacen que el entrenamiento se sienta cada vez más realista. Lo que antes era solo teoría hoy empieza a vivirse en el día a día de un gimnasio de élite.
El legado de Alan Turing sigue vivo. Su visión de máquinas capaces de aprender, imitar y pensar ya no pertenece únicamente a los laboratorios. Hoy forma parte de la preparación de los campeones del ring.
El boxeador sigue siendo humano, con emociones, resistencia y corazón. Pero detrás de cada entrenamiento moderno existe un algoritmo que observa, analiza y sugiere. Turing probablemente nunca imaginó que su juego de imitación tendría aplicación en el pugilismo, pero la historia demostró que su idea trascendió la ciencia para dejar huella también en el deporte de los puños.

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